lunes, 30 de noviembre de 2009

El resto de mis días en Praga

El lunes nos levantamos más bien pronto, por eso de que Luis tenía que irse a hacer que trabajaba y quería acompañarnos (a mí y a las amigas de una de sus compañeras de piso) al Castillo para comprarnos entradas con el carnet de prensa y hacer que nos ahorráramos 240 coronas. Así que allá que fuimos, subiendo la cuestecita aunque luego descubrimos que se podía evitar con un tranvía (uno de los motivos de mi odio hacia él). Aunque hay que reconocer que las vistas andando eran bastante más interesantes...

Cuando compró las tres entradas se fue, y nos quedamos decidiendo dónde entrar primero. Y coincidió que vimos a los guardias ir hacia la puerta, y les perseguimos para ver el cambio de guardia. Y volvimos a aprovechar para hacernos fotos, con uno que además parecía simpático (para uno que no daba miedo...)

Después de eso entramos en todos y cada uno de los sitios en los que podíamos entrar gracias a la entrada: una iglesia muy antigua, la catedral (que me encantó, sobre todo por fuera), una pinacoteca en la que la estúpida de seguridad nos perseguía (como si fuéramos a robar uno de esos cuadros tan feos), el antiguo palacio real... Sobre las 12 y pico o la 1 estábamos muertas de hambre, y bajamos porque habíamos quedado con Mónica en la puerta del metro, y aprovechamos para comprarnos una hamburguesa y una coca cola que nos supieron a gloria

, y que nos tomamos sentadas en un parque al solecito. Cuando llegó nos fuimos a por el Niño Jesús de Praga que le habían pedido a una de las chicas, y nos fuimos a comer al mismo sitio donde había cenado con Luis el viernes. Cuando acabamos de comer volvimos a la zona del castillo, y vimos la casa en la que vivió Mozart y nos fuimos a un bar en el que la cerveza costaba muy poco, y aunque era un antro, estaba bastante chulo. Y allí fue donde nos encontramos con Luis (mis explicaciones por teléfono funcionaron, aunque se riera de cómo pronunciaba los nombres de las calles).

Cuando salimos del bar aquel fuimos a un barrio desde el que se suponía que se veían los bebés de la torre de la televisión y en el que había muchos bares para quedarse de juerga. Así que mientras las chicas se quedaron en uno de esos bares, Luis y yo subimos a Viktov, una colina con vistas de toda la ciudad, en el que había un caballo gigante en el que estaba subido Jan Žižka, y por el camino nos encontramos un tanque en el que también nos subimos para las respectivas fotos.

Volvimos a coger el autobús, y ya en Kobylisy pasamos por el supermercado para comprar algo de cenar, y después de cenar me arreglé un poco para salir. Íbamos a ir al sitio de los mojitos de 5 litros y las tetas, pero nadie más se animó, así que fuimos a un par de bares y me tomé dos mojitos y un orgasmo (que no recuerdo qué llevaba, pero estaba rico). Y no sé qué hora era cuando nos fuimos a casa (y que conste que no iba borracha, es sólo que no saqué el móvil para mirar la hora). Sólo sé que fue cuando nos echaron del último bar...

El martes por la mañana nos levantamos bastante tarde, fuimos a comprar y nos fuimos hacia el centro para verlo de día. En la Plaza del ayuntamiento viejo vimos la iglesia que era sede de los Husitas, al hombre colgado y otras cosillas, y nos fuimos a comer. A mí no me llamaba mucho la atención el gulash, pero decidí probarlo porque era el plato típico, y tengo que reconocer que estaba riquísimo. Al salir del restaurante nos fuimos al estadio para intentar sacar entradas de prensa (yo daba el pego con la cámara) para el partido de hockey, pero fue imposible porque tendríamos que haber ido con tiempo. Aún así, vimos el partido, y hasta el primer descanso estuvimos en la zona del Fan Club del Slavia. En el descanso aprovechamos para comprarnos un helado y cambiarnos de sitio, y la verdad es que me lo pasé genial en el partido, incitándoles a pegarse...

El partido duró mucho más de lo que pensábamos, y aunque mi intención era haber comprado algún souvenir, cuando llegamos al centro estaba casi todo cerrado, y sólo pude comprar una taza para mí. Así que volvimos a casa, cenamos algo, estuvimos conectados hablando con Lore e intentando llamarla para felicitarle el cumple, y a las 2 salimos hacia el aeropuerto. Para coger uno de los autobuses me tocó correr, maleta a rastras, y eso hizo que llegáramos mucho más pronto de lo que habíamos pensado. Eso sí, nos dormimos los dos y nos despertamos en la parada anterior a la terminal de la que salía mi vuelo. Así que aprovechamos para ver la famosa exposición de fotos que, según Luis, tendría que haber visto en la hora y media que me tuvo esperando, hasta que nos desalojaron (empezó a sonar la alarma y por megafonía decían que abandonáramos el edificio). Cuando vimos que habíamos sido los únicos en salir, que todo el mundo se había quedado dentro y que el de seguridad de la puerta no nos impedía volver a entrar, volvimos dentro. Hasta que abrieron el mostrador, casi me hacen facturar (sirvió el argumento de “al venir no me hicieron facturar, y la maleta lleva lo mismo”), y lo mismo cuando al pasar el control no entraba por una cosa que tenían allí para medir.

En cuanto entré en el avión y coloqué mis cosas, me eché a dormir. Ni siquiera me enteré de cuándo despegamos, y lo mismo pasó con el aterrizaje. Una vez en Bergamo, más de lo mismo: en el bus me eché a dormir, y hasta que no llegamos casi a Milano Centrale no abrí los ojos. Y lo mismo en el tren, aunque ahí sí que me desperté alguna vez más, por el frío, por vigilar la maleta y por si aparecía el revisor (aunque esta vez sí llevaba el billete convalidado). Me desperté del todo al llegar a Porta Susa, y en Porta Nuova, en vez de coger el bus, vine andando hasta casa para despejarme, abrazando el bolso porque se había terminado de romper, y con la maleta a rastras.

Una vez en casa, me conecté para avisar de que había llegado, y me eché a dormir hasta que me llegó un sms al móvil español que me despertó (suena como la sirena de mi cole, en mis años mozos). Y me planteé si volver a dormir o ser responsable e irme a clase de italiano. Y como llegué a la conclusión de que si me pasaba la tarde durmiendo, no iba a dormir por la noche, me fui a no enterarme de nada en clase.

Al volver cené, y apenas tardé mucho en acostarme, que al día siguiente tenía que medio madrugar para ir a buscar a Lore y Carlos a la estación de autobuses.

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