martes, 22 de septiembre de 2009

Il primo fine di settimana a Torino

Ahora, domingo a las 19.07, me está entrando el bajón después de darme cuenta de que me quedan un montón de noches en el albergue, y la verdad es que tengo ganas de llegar ya a mi casa: sin ruidos, sin cuestas mortales (aunque con 4 pisos de escaleras), con una nevera donde meter la comida, con espacio (aunque no mucho) para dejar mis cosas, sin tener que depender de una taquilla enana en la que tengo que guardar todas mis pertenencias... Ahora entiendo aquello de que la primera semana habría ratos en que querría volverme. Pero a pesar de todo esto, estoy contenta de estar aquí.

Hoy he pasado todo el día con mi compañera de habitación polaca, y parte con una chica asturiana y su amigo. Hemos estado haciendo turismo por el centro de Torino, ya me conozco la zona como si hubiera vivido aquí durante años. Y luego hemos ido a ver un piso para ella, y hemos dado una vuelta por el Parco Valentino, y le he enseñado las vistas de la Mole desde un puente un poco alejado. Y de paso, ha caído alguna foto, por supuesto.

Pero el fin de semana ha sido movidito. El viernes al final no llovió, y eran las cuatro cuando me fui a dormir. De todas formas, creo que fuimos de los que más pronto nos vinimos a dormir. Estuvimos cenando, y rescaté de mi memoria que aquí te cobran por el cubierto, así que la próxima vez que salga a comer o cenar fuera, me los llevo. ¿O es sólo una especie de alquiler? Si quieren, me llevo los míos... Bueno, el caso es que me comí una gran pizza de champiñones y jamón, que supo a gloria, y un chupito de lemoncello. Y de allí, al Palazzo Nuovo, donde habíamos quedado todos los españoles para un botellón. Nosotros fuimos los más listos, y no llevábamos bebida. Algunas almas caritativas me ofrecieron de algo, pero al final optamos por ir a buscar algún bar (ya que los chinos son algo autóctono de Madrid) donde comprarnos unas cervecillas. Nos recomendaron una pizzería, y allá que fuimos. Calculamos mal, y compramos una de más, que luego compartiríamos un chico y yo... Casi reviento. Y entramos a un bar para usar su baño, y mientras esperábamos la cola, un italiano se puso a cantarnos canciones en español. El tío era algo extraño: llevaba un mono de peluche como corbata. Divino, vamos... Y conocimos los famosos murazzi, la zona de bares de al lado del río, en los que ponen música de esa que yo más bien no soporto, aunque tengo asumido que algún día tendré que salir por ahí: no voy a ser la rara, antisocial que vive sola, y que encima no sale...

Vaya parrafada. Y eso es sólo el viernes. Bueno, y hoy, prácticamente. Ayer, no fui capaz de levantarme a desayunar (tampoco hice mucho esfuerzo), y estuvimos haciendo tiempo otra chica y yo mientras los demás se levantaban también, metiéndonos en el facebook, en el tuenti, etc... Cuando por fin se dignaron y salimos, eran las 12, y buscamos cualquier cafetería en la que desayunar (aunque a esas horas algunos están comiendo ya aquí). Al final, a una calle de mi casa (cuando la tenga) encontramos una, donde por cierto, tenían unas napolitanas de chocolate para comérselas (y nunca mejor dicho), y un capuccino que también se dejaba beber...

Dimos vueltas. De momento es lo único que hacemos, y hacia las 3 y media nos fuimos a comer. Lasaña de verduras, porque mi experiencia con los gnocchi el otro día no fue muy agradable, y no quise tentar de nuevo tan pronto. Y después de dar más vueltas, y de catar mi primer gelatto (nutella y tiramisú) nos volvimos al albergue. Me arreglé para salir, pero al final yo no salí porque me empezó a doler la cabeza, y para ir a los murazzi y ponerme peor... Y es que creo que el dolor de garganta y medio resfriado que ya traje de Madrid me ha cogido cariño y no me quiere abandonar. Pero bueno, el rato que estuve con esta gente me reí bastante viendo cómo se emborrachaban...

Y hoy, poco más ha pasado. Hemos dado vueltas por el centro, me ha tocado llamar a preguntar por pisos porque otra chica no sabía cómo hacerlo, y he vivido una experiencia genial con otro helado, de la marca que me dijeron que son los que habían inventado los helados de toda la vida, los que tienen chocolate por fuera y nata por dentro... Hoy han tocado stracciatella y cacao. Todo esto mientras que un cincuentón-sesentón no dejaba de mirarme. Quizás se pensaba que ponía las caras de placer por él, pero no, eran por el helado...

Bueno, voy a ver si me doy una ducha, y me ceno mi sandwich de lacón, que necesito meterme para el cuerpo algo que no sea ni pasta ni pizza. Aunque hoy he comido (eso sí, mientras andaba y mientras me colaba en el bus) una porción de pizza margherita y un calzone (que no unos calzones). Luego no podía andar, pero ha valido la pena. Y después de eso, me conectaré para pelearme con los horarios de la universidad, que la empiezo mañana, y muchas de mis asignaturas han desaparecido, y tengo que buscarme una más gracias a Víctor Sampedro y José Manuel Sánchez. Pero qué majos que sois, me cago en todo (y no con amor, precisamente).

Edito: Ya sé que se supone que cuando editas un blog es porque ya está publicado, pero soy demasiado perezosa y tengo un cabreo demasiado serio como para ponerme a leer qué os he contado antes. Pero desde que he escrito la parrafada anterior hasta ahora, me han invitado a cerveza en la habitación, a ir a cenar algún día de la semana, y he estado peleándome durante 20 minutos con el puñetero ordenador, que no quiere conectarse a internet, y he estado también socializándome. Vamos, que estas horillas me han cundido (ahora son las 22.40). Ah, y he presumido de tener material del bueno y de ser la única, prácticamente, que no ha cenado pizza. He optado por un sandwich (dos, en realidad) de lacón. Ahora lo pienso, y debería haberlo reservado para preparármelo con su pimentón cuando tenga casa. Pero bueno, necesitaba comer algo que no fuera pizza o pasta.

Voy a volver a intentar que esto me haga caso y se conecte. Ya os contaré cómo ha sido mi primer día de cole con los nenes italianos. Y a ver si me hago muchos amiguitos.

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